viernes, 10 de junio de 2011

Homenaje a tres grandes que se llevó 2007


Luciano Pavarotti
El rey del DO agudo


Ochocientas personas en absoluto silencio dentro de la Catedral de Módena, Italia. Miles más en el exterior. El ensimismamiento durante el oficio religioso fue rasgado por una contundente ovación de pie, luego de degustar los acordes del Panis Angelicus de César Frank que recorrieron las paredes del templo interpretados por la voz de quien ya había expirado por última vez: Luciano Pavarotti, en compañía de su padre. Fue el último espectáculo multitudinario ofrecido por este tenor que logró la proeza de cantar nueve do agudos perfectos mientras debutaba en los escenarios norteamericanos en 1968 con La fille régiment de Donizetti. Desde los nueve años cantaba en una iglesia cercana a su casa y en los tiempos libres jugaba el fútbol, apasionadamente, con los otros niños del poblado. Más adelante, cuando llegó la hora de escoger una carrera, apuntó hacia la educación por consejo de su madre. Culminado el grado, entendió que su deseo era la música. Y llegó el ultimátum por parte de papá: tenía que hacerse un nombre antes de los 30 años, de lo contrario perdería el privilegio de refugio y comida que tenía en casa. En adelante, presencia en las óperas más aclamadas del globo, portadas y centimetraje en prensa, impacto masivo con Los tres tenores, un público enamorado de su voz... Luciano, ¡misión cumplida!


Aldemaro Romero
El Vivaldi venezolano

Fronteras abajo. Con el alma embelesada por claves de sol, corcheas y semicorcheas, concentró en una maleta musas y pentagramas para hacer tambalear límites geográficos y culturales. Sus composiciones recorren el mundo entero y, antes de partir, quedaron huellas de su presencia como director de la Orquesta Sinfónica de Londres, la Orquesta de Cámara Inglesa, la Orquesta Rumana de Radio y Televisión y la Real Orquesta Filarmónica, entre otras. Aldemaro Romero, autodidacta y niño músico, siempre jugueteó entre instrumentos para derrumbar también otras murallas: la imposibilidad que había tenido la música popular venezolana de conjugarse con el ámbito académico. Fue el precursor que le dio entrada. Y más adelante, la ayudó a madurar. Hablar de Aldemaro Romero dispara de inmediato en la memoria los acordes de Quinta Anauco o De repente con la cadencia de su Onda Nueva, que supo mimetizar sonidos criollos con armonías brasileras. Su obra y voz protagonizaron espacios en salas de conciertos, radio y televisión. Y sus arreglos formaron parte de los repertorios de Dean Martin y Jerry Lewis, Stan Kenton, Ray Mc Kinley, Machito, Noro Morales, Miguelito Valdés y Tito Puente. Una joya venezolana que dejó su legado en papel, tinta y vibración, para permanecer entre los blancos y negros de la sonrisa eterna de su piano.


Marcel Marceau
Los árboles mueren de pie
Rostro blanco de mirada triste. Un maltrecho sombrero del que nacía una flor. Todo el sentido de la música, la poesía, la psicología, el tiempo, la reflexión, la dulzura y tragedia humana en el alma de un personaje: BIP, encarnado por Marcel Marceau. Fuera de la caja de cristal que siempre envolvía al mimo en el escenario, se elevaba el hijo de un carnicero que murió en Auschwitz, mientras el muchacho participaba en la resistencia francesa contra las fuerzas nazi. Eran judíos. En medio del dolor por la pérdida de su padre, otra pena embargaba al artista: “Entre esos niños asesinados quizás estaba un Einstein, un Mozart, alguien que hubiera descubierto una droga contra el cáncer. Por eso tenemos la gran responsabilidad de amarnos los unos a los otros”. Tristeza y ternura que alimentaron un sentido del humor agridulce en sus montajes. BIP, como reflejo de la historia del hombre, comunicó e inspiró introspecciones sobre la miseria, la violencia y el encanto de los detalles más pequeños en la existencia humana. Marceau ha partido, pero como historiador del presente, testigo y testimonio de nuestra vulnerabilidad permanece BIP en la memoria colectiva de la segunda mitad del siglo XX para decirnos: Shhh... He aquí el silencio...


Lorena Rodríguez Morales - Publicado en la Revista ¡claro! Nro. 49 del domingo 30 de diciembre de 2007 - http://www.claro.com.ve/

1 comentario:

Víctor H Morales dijo...

La ida de Aldemaro fue una gran pérdida. Yo como pianista siempre llego su música conmigo y Quinta Anauco siempre es una de las preferidas del público. Incluso llegué a interpretarla con mucho orgullo en el Instituto Cervantes en Viena y luego hace dos meses en Canadá. Esa pieza está en mi blog porque es infaltable. Es el tributo que puedo rendirle a uno de los grandes de la venezolanidad.